El matemático John Forbes Nash dijo que los países deben bajarla si quieren atraer inversiones de largo plazo.
Si por su carisma Joseph Stiglitz es para los jóvenes
economistas como Bono, el líder del grupo U2, por su predicamento John Forbes Nash Jr. podría ser considerado como uno de los mitos del rock,
Elvis Presley o John Lennon, con la diferencia de que, pese a todo lo
que sufrió, sigue vivo y lúcido. Todos los encuentros de intelectuales
tienen sus estrellas y éste no es la excepción. Stiglitz fue la del
primer día y Nash, la de ayer.
Este matemático que hizo un gran aporte a la teoría de
los juegos, pese a haber sufrido esquizofrenia paranoide, se hizo lugar
ayer en su disertación en Lindau para subrayar la importancia de que los
países reduzcan sus niveles de inflación si pretenden lograr
inversiones de largo plazo.
Mientras que los otros 16 Nobel de Economía que
participan en esta reunión hablaron con cierta soltura frente a los 350
jóvenes analistas presentes, Nash casi nunca se apartó de un texto que
leyó en una pantalla gigante, suficiente para ser vista por todo el
auditorio. Con las luces apagadas y su hablar pausado, Nash, de 83 años,
parecía casi un profeta, con una audiencia absolutamente cautivada por
su discurso.
Nacido en 1928 en Bluefield, Virginia, en la escuela
secundaria ya era un buen intérprete de los libros de matemática
avanzada, por lo que sus padres le impusieron clases adicionales. Y
aunque en un momento comenzó a estudiar química, rápidamente volvió a la
matemática y luego tomó un curso de economía durante el cual escribió
el paper "The Bargaining Problem", con el que comenzó a construir su
teoría de los juegos.
Ganó becas en las prestigiosas universidades de Harvard y
Princeton, pero se quedó con la segunda, donde obtuvo su doctorado con
una tesis en la que desarrolló una teoría que luego se conoció como "El
equilibrio de Nash", que explica la dinámica de las amenazas y la acción
entre los competidores y que resultó ampliamente aplicada en el mundo
de la estrategia de los negocios. Luego, desarrolló otras piezas
originales, tanto en Princeton como en el MIT.
Por el desarrollo de las ideas de su tesis se lo
reconocería con el Nobel de Economía en 1994, con John C. Harsanyi y
Reinhart Selten.
Su vida amorosa fue tanto o más compleja que sus ecuaciones: su
primera mujer, Eleanor Stier, fue la enfermera que lo trató con mayor
intensidad y con quien tuvo un segundo hijo, sin casarse.
Luego contrajo enlace con Alicia López-Harrison de Lardé,
de origen salvadoreño, pero apenas ella quedó embarazada, él comenzó a
tener delirios que lo llevaron a internarse frecuentemente, hasta 1970.
Su primer hijo, John Charles Martin, también se convirtió
en matemático y padeció el mismo mal. Retomó su relación con Lardé, de
quien se había divorciado en 1963, para volver a casarse en 2001.
Ese mismo año se estrenó la película Una mente brillante,
interpretada por el actor Russell Crowe y basada en una biografía no
autorizada de la periodista Sylvia Nasar, que al parecer no tenía
demasiado rigor.
Aunque a priori se esperaba que este matemático se
quedara ayer sólo en explicaciones teóricas acerca de las ciencias
económicas, buena parte de sus palabras giraron en torno de la historia y
el presente.
En particular, Nash, vestido con un traje de color beige
claro y acompañado todo el tiempo por tres asistentes, sostuvo que los
países deberían tener metas de inflación muy estrictas para mantener la
estabilidad de su crecimiento.
Y de inmediato, al hacer una referencia al tema sobre el
que giraría la disertación de Robert Mundell, agregó: "Cuanto mayor es
la inestabilidad en el valor de las divisas, más intranquilidad hay en
los contratos privados".
Sostuvo que un remedio contra este cortoplacismo son los
sistemas de ahorro postal, liderados por Japón en la actualidad, y puso
en duda el buen funcionamiento del sistema financiero al afirmar que ya
no existen los "buenos banqueros" que forjaron las principales entidades
de Europa y Estados Unidos. Ahora, acotó, los banqueros actúan más como
"empleados" que no se involucran demasiado en la estrategia de las
entidades, lo que perjudica a los ahorristas.
Exactamente 30 minutos después de haber comenzado,
terminó su discurso, observó su reloj y, casi pidiendo disculpas por el
tiempo que había tomado para hablar, dijo "gracias" y se bajó del
estrado para seguir escuchando a sus pares.
(Fuente La Nación de Argentina)
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